lunes, 17 de enero de 2011

Encomienda

Giuliana y yo estábamos trabajando tranquilas en el primer piso que tiene a un lado nuestras computadoras y unas cajas de libros al otro. De repente me dice que había un loco afuera. Ese loco volteó. Ese loco se acercó a la ventana. Ese loco golpeó la ventana. Ese loco nos gritó: "¡Señoritas! ¡Mi encomienda! ¡Señoritas!". Como no volteamos, golpeó con una piedra que tenía en la mano la ventana mientras no dejaba de gritar, luego se quedó callado y yo, sin despegar los ojos de mi pantalla, llamé a Erick una, dos, tres veces. Le pedí que bajara rápido y, como todo macho que se respeta,le dijo que se fuera cada vez más y más fuerte, hasta que terminó en un grito bastante audible. Aparentemente, un policía pasó porque giró y corrió exclamando: "¡Serenazgooo!". En ese momento, bajó Pedro y preguntó qué había pasado. No volvimos a saber de él.

Hora de almuerzo

Hoy la nueva administradora desapareció. Hay varias teorías: Sandra la mató, ella mató a Sandra, la mataron en Plaza Vea, la sirvieron en Plaza Vea, Pedro la invitó al cine, etc. El punto es que nadie sabe qué pasó con ella. La hora de almuerzo acababa a las 3 y son las 5 y nadie sabe nada de ella. Fuera de tener una pésima redacción, me caía bien, parecía emocionada con su trabajo. Era su primer día. Los rumores dicen que ya no regresa. Casi le dan la llave.

viernes, 14 de enero de 2011

Lonchera

Otro día soleado en Mesa Redonda. Los estómagos advertían que la hora de almuerzo se acercaba. Todos nos dirigimos a la cocina para calentar los tapers en el microondas. Pasó uno, pasó otro y, cuando era mi turno, quise destapar mi comida para que se calentara mejor, pero estaba ajustada. Intenté de una forma, intenté de otra. Empecé a gruñir por desesperación y hambre. La lucha hizo que usara papel toalla para manipular mejor el taper. Era la última que faltaba, comía uno, comía otro. Solté un gruñido más fuerte y separé, con toda la fuerza que pude utilizar, la tapa del taper. Lo logré, calenté mi comida y fui feliz de nuevo.

jueves, 13 de enero de 2011

El primer escalón

Ayer fue mi primer día en el gimnasio. Pregunté dónde quedaba el baño en el frontdesk y me miraron como si tuviera alguna malformación en la cara. Después de cambiarme, me acerqué a uno de los trainer y le dije que era mi primer día. Le pedí una rutina y me indicó una bicicleta estacionaria, la programó, masculló algo inaudible y, cuando me animé a preguntarle qué había dicho, ya no estaba. Empecé y, a los quince minutos, decidí que era una buena opción detenerme. "¿Cuánto tiempo me habías dicho?", resulta que eran veinte y que la máquina se apagaba sola, silly me. El trainer hizo un gesto de "qué más da" y me mandó a hacer abdominales, no sin antes pronunciar con voz burlona "Sí sabes lo que son abdominales, ¿no?". Hice dos rutinas más en máquinas diferentes hasta que el trainer me llevó a la caminadora y me especificó que se apagaría sola después de veinte minutos. Mientras caminaba y jugaba con las velocidades, veía cuatro canales de TV al mismo tiempo. Solo interrumpí mi maratón en dos ocasiones para amarrarme el pasador. Se apagó y me dispuse a ir al baño, pero, al bajar, unos mareos me atacaron y supuse que así se sentiría si bajara de un barco. Luego de asearme me dirigí a la puerta, un poco orgullosa de mí misma, pues no me dolía nada. Salí y me aproximé a las escaleras, el estacionamiento estaba arriba. Subí el primer escalón y un dolor punzante atacó a mi pierna izquierda mientras me apoyaba en la baranda para no caerme, "quizá mañana sí me duele".

miércoles, 12 de enero de 2011

Rutina

Don Pancho ha salido a comprar el pan. Lleva tantos años tomando el mismo camino que puede hacerlo con los ojos cerrados. Mientras espera ser atendido, repasa los demás productos para ver si hay algo nuevo que pueda interesarle. Nada. Solo en una ocasión consideró un paquete de pequeños panecillos dulces, que no lograron salir del establecimiento y se quedaron abandonados a su suerte en la zona de embutidos. Tres panes franceses, por favor, solicita Don Pancho. La muchachita al otro lado del mostrador es nueva, piensa, al mismo tiempo que ella se dispone a realizar el pedido. De regreso a su casa decide entrar a la tienda de mascotas que hace poco han inaugurado en su cuadra. El peculiar aroma del lugar lo hace percatarse del pan y opta por regresar más tarde, sin que haya alimentos perjudicados por su reciente curiosidad.