lunes, 8 de marzo de 2010

Desde las persianas

El insomnio me atormentaba una vez más cuando escuché unas voces susurrantes no muy lejos de aquí. Decidí averiguar de qué se trataba ese constante siseo, así que abrí las persianas lo justo para que mis ojos divisaran una pareja. No podían tener más de cinco años más que yo. Ella llevaba un vestido negro largo y unos zapatos de taco, tenía un peinado elaborado. Daba la impresión de que acababa de estar en alguna reunión formal. No paraba de mirar a los lados como si esperara que alguien los encontrara, como si supiera que hacía algo indebido. Él estaba usando solo un par de jeans y una polera. Discutían agitadamente. De pronto, se besaron. Ella miró su reloj y le señaló una calle. Él negó con la cabeza e intentó besarla de nuevo. Ella lo rechazó y repitió el gesto. Él se estaba yendo cabizbajo y con paso lento hacia ese lugar cuando volteó, al mismo tiempo que yo, porque una luz se hacía cada vez más grande en la dirección contraria. Empezó a correr y desapareció. El auto de lunas polarizadas y luces encendidas paró al costado de la mujer y le abrió una puerta. Ésta subió sin siquiera mirar la calle que había estado señalando hace poco. El auto arrancó y se fue velozmente, dejándome con un insomnio más agudo lleno de preguntas que no dejaban de aparecer en mi cabeza.