Análisis de “El Bueno, el Malo y el Feo” (1966)
Dos amigos están a punto de pelear y, en un intento desesperado por suavizar la situación, me paro en el medio y canto “tururururú guaaa gua guaaa”. Todos ríen porque saben a qué me refiero. Con tan solo tararearla, la mayoría de gente se imagina un duelo, pistolas y el viento llevándose una bola de alambres. “El Bueno, el Malo y el Feo” es una de esas películas cuya banda sonora ha trascendido de tal manera que es parte de la cultura popular y una común referencia a enfrentamientos.
La dupla Leone–Morricone (director y compositor) se juntó por tercera vez en un mundo donde abundan la testosterona, los malos olores y no es necesario ser guapo para ser el protagonista, o, al menos, uno de ellos, para lograr una película que se volvería la más conocida y comercial de todos los western. Es curioso, eso sí, que haya logrado esa imagen en el mercado, pues “El Bueno, el Malo y el Feo” es un spaghetti western, es decir, la respuesta en forma de parodia que algunos italianos hicieron hacia el conocido género americano. Así es, el ícono de los western, no solo por la historia, sino también por la música, es de producción italiana. Sin embargo, los spaghetti western se consideran ahora más un tributo que una parodia.
En el caso de este en particular, el título te cuenta sobre los tres protagonistas. El feo es Tuco, un pícaro que no sabes si odiar o sentir pena por él y de cuyas ocurrencias es imposible no reírse. Sus movimientos y hasta su aspecto recuerdan a una rata cavando por su comida, en este caso, dinero. Es el personaje con el que más simpatiza incluso Leone, el director y co-guionista. El malo es Angel Eyes u “Ojos de Ángel” y lleva ese título, porque, a pesar de que todos matan, él es un maldito, el malo por excelencia. ¿Y el bueno? Blondie, el misterioso, que solo habla para soltar frases épicas. Clint Eastwood en sus años mozos interpreta a este cowboy que mata, miente y traiciona, pero que igual es bueno. Eastwood no pudo haber elegido mejor época para ser actor, pues, y esto no es noticia, no es el actor más expresivo del medio. A pesar de esto, los planos detalle a su mirada y su pose de “relájate, tengo todo bajo control” lo vuelven el badass que todos queremos ser.
Luego de tener a la rata entretenida, al villano que no cree en nadie y al rubio misterioso, lo que queda es lo que los une. Pues, como buen tributo, esta película se trata sobre el dinero y la odisea para llegar a él. “Para tres hombres, la Guerra Civil no era el infierno. Era la práctica”, reza el slogan del film y es, para mí, lo que la hace diferente de otros western. No solo sucede durante la guerra, sino que les importa menos que el fin del mundo. Sus motivaciones son otras. Ahí lo relevante es tener una pistola y saber contar cuántas balas te quedan.
Visualmente, lo que llama la atención es el uso del fuera de campo. No solo hay muchos sonidos que no “se ven”, sino que los mismos personajes aparecen sorpresivamente en encuadres cerrados. Esto quizás funcionó antaño para hacer saber que nadie lo veía venir, pero ahora resulta un poco inverosímil. Además, otro punto que resalta es la distensión en la escenas de duelo. Diversos cambios de encuadre que muestran la tensión del momento en los intercambios de mirada, los dedos temblorosos y el lenguaje corporal, te adelantan que se viene una gran pelea. Como un trailer bien hecho que no te cuenta toda la película. De esta manera, “El Bueno, el Malo y el Feo” le rinde tributo a los grandes filmes americanos del Lejano Oeste y a sus héroes, no sin mandarles la indirecta de la poca verosimilitud, a cargo del amigo roedor. “Cuando tienes que disparar, dispara. No hables”, dice Tuco, después de disparar y dejemos en claro que es una línea muy inteligente, ya que ese es el defecto de todo villano cliché: hablar antes de dar el golpe final.
Este largometraje, donde no hacen falta las mujeres pero sí las elipsis, demuestra que no toda película mal recibida por la crítica está destinada al fracaso. Explosiones, largos viajes y humor acompañan a tres hombres en un desierto donde solo faltan los extraterrestres, como Morricone, porque se necesita ser de otro planeta para ser tan genio en la composición musical, o, quizás, lo único que se necesita es ser italiano.